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La muerte y el Más Allá

La muerte se entendía como un momento en el que los sentidos quedaban aturdidos, por lo que eran necesarias unas prácticas mágicas para que el difunto pudiera renacer en la otra vida con todos sus sentidos recompuestos, ya que le esperaba una vida feliz si había sido justo en la tierra.

Nada más fallecer el cuerpo pasaba a manos de los embalsamadores, que comenzaban a preparar el cuerpo para mantenerlo con aspecto de un ser aún vivo.

La Momificación

Ya hemos visto que los egipcios creían que podían sobrevivir a la muerte, pero para ello debían preservar el cuerpo, porque el espíritu cada día visitaba el lugar en el que había vivido para beber y alimentarse con las ofrendas que se hacían en su honor. Si al volver no encontraba el cuerpo al que había pertenecido, o una estatua que reprodujera su aspecto mientras estaba vivo, simplemente desaparecía eternamente. Por esta razón, lo primero que hicieron fue inventar un proceso de preparación del cuerpo llamado “embalsamamiento”, que los convertía en momias.

El proceso consistía en retirar los órganos internos del cuerpo, excepto el corazón, limpiar el interior, secarlo y sumergirlo en una sal llamada natrón que lo desidrataba. También se quitaba el cerebro sacándolo por la nariz.

Los embalsamadores preparan el cuerpo del difunto y lo embalsaman. Ataúd de Dyed-Bastet-iuef-anj. Periodo Ptolemaico. Museo Museo Roemer y Pelizaeus. Hildesheim

Los órganos no se podían tirar, así que  también se conservaban (embalsamaban) y se introducían en unos vasos llamados canopos, que tenían la tapadera con la forma de un hombre, un chacal, un mono y un halcón. Ellos eran los hijos de Horus. El que tenía cabeza humana se llamaba Amset y custodiaba el hígado, Hapy tenía cabeza de mono y guardaba los pulmones, Duamutef era un chacal y protegía estómago y finalmente Qebehsenuf se ocupaba del intestino y tenía cabeza de halcón.

Vasos Canopos. Museo Calvet. Aviñón

Pasados unos 40 días las momias se envolvían con vendas de lino y entre ellas se colocaban diversos amuletos protectores y joyas. Luego eran depositadas en ataúdes de madera decorados y después dentro de un sarcófago de piedra.

Ataúdes de la cantante del templo Tamutnofret.

Tomada de: https://www.upi.com/Science_News/2013/08/26/Ancient-Egyptian-elite-interred-as-one-mummy-but-in-multiple-coffins/80781377560896/

Este proceso formaba parte de los funerales. Al difunto le acompañaba un cortejo formado por su familia, sacerdotes, e incluyo unas mujeres que se encargaban de llorar por él, las plañideras. Entre ellas había mujeres mayores, jóvenes e incluso niñas y en los muros de las tumbas podemos verlas con las lágrimas cayendo de sus mejillas y haciendo gestos de dolor.

Plañideras de la tumba de Ramose. Reino Nuevo. Tebas

Una vez depositado el sarcófago en la tumba junto a su ajuar funerario,  compuesto por todo lo que pudiera necesitar el difunto en la otra vida (muebles, alimentos, herramientas, etc.), se sellaba la tumba. Los objetos que se incluían en su ajuar dependían del nivel social de la persona que había fallecido.

Casi todo lo que nos ha llegado del antiguo Egipto, procede de sus tumbas y por eso parece que los egipcios vivían muy preocupados por la muerte. Sin embargo, se trataba de un pueblo alegre, con preocupaciones y placeres parecidos a los nuestros. Lo que ocurre es que ellos pensaban que al morir podrían llevarse al mundo del Más Allá todo lo que pensaban que iban a necesitar y por eso se preparaban casi desde que nacían. Incluían en sus enterramientos toda clase de objetos, desde alimentos, hasta, muebles, estatuas, camas, joyas, juguetes, juegos, etc. y, sobre todo, textos mágicos que les servirían para saber cómo llegar a un lugar donde les esperaba el dios Osiris, que era el que iba a juzgar si eran merecedores de tener una vida eterna. Pero hasta llegar allí, el difunto realizaba un viaje largo y peligroso.

Cuando el que había fallecido encontraba la sala donde estaba Osiris tenía que pasar una prueba muy importante. Anubis, un dios con cabeza de chacal, pesaba su corazón en una balanza, pues creían que en el corazón estaban todos los actos buenos y malos del individuo.

Dios Anubis. Tumba de Nefertari. Tebas

En el contrapeso de esa balanza se ponía a Maat, la diosa de la justicia o la pluma de la verdad que la simbolizaba. Si el corazón pesaba más que la diosa, quería decir que se habían cometido muchos “pecados” y en ese caso el corazón se lo comía otra diosa, llamada Amyt, con objeto de que el difunto no disfrutara de vida después de la muerte. Pero si el corazón era tan liviano como la diosa, el difunto pasaba a vivir en un mundo feliz donde no le faltaría de nada.

Juicio. Papiro de Ani. Reino Nuevo. Museo Británico

Como los egipcios tenían solución para todo,  para que el corazón no les delatara si habían sido malos, se hacían enterrar con un escarabajo hecho de piedra que llevaba una inscripción mágica en el dorso y que ordenaba al corazón que fuera liviano cuando lo colocaran en la balanza. ¡Nadie quería ir al “infierno”!

Escarabeo de corazón de Ipu. Reino Nuevo. Museo egipcio de Berlín

 

Aunque la persona ya muerta hubiese pasado la prueba de la pesada de su corazón, en el Más Allá el dios Osiris podía ordenar al difunto que trabajara en unos campos muy fértiles, llamados “los campos de Ialu”.

Campos de Ialu. Tumba de Sennedyem. Reino Nuevo. Tebas

Si esto ocurría, tenían una solución; se enterraban con unas figuritas que se llamaban “ushebtiu” o respondedores. Estas figuritas llevaban las herramientas para labrar el campo y tenían una inscripción mágica escrita en jeroglífico. Si el dios llamaba al difunto a trabajar, éste recitaba la inscripción mágica de la figurita y entonces, el ushebi (o shabty, dependiendo de la época) se hacía real y trabajaba en lugar del difunto. En algunas tumbas se llegaron a encontrar 365 ushebtiu… ¡uno para cada día del año!, incluso en otras había más, porque a estas figurillas se le sumaban jefes y capataces para organizar el trabajo.

Ushebti o respondedor de Pinedyem. Museo Británico

Textos: Elisa Castel y Helena Oliver

Fotografías: Teresa Armijo, Elisa Castel, Miguel Gamero, Antonio Lobo, Helena Oliver, Francisco Pérez Vázquez, Cristina Pino, Rosa Pujol, Jaume Vivó, SoloEgipto.

Para el resto de imágenes, las citadas en los pies de foto.