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¿En qué creía el pueblo egipcio? ¿Veneraba a los grandes dioses que habitaban en los templos o tenía devoción hacia otros más accesibles? ¿Realmente podía comprender los farragosos compendios teológicos? Éstas son algunas de las preguntas que surgen al percibir que las divinidades egipcias habitaban en lugares sagrados, apartados completamente del pueblo llano y servidos por una élite sacerdotal, llamada “Servidores del Dios”. Los ciudadanos no podían entrar en las zonas más sagradas e internas del templo para ver u orar ante la imagen divina y sólo tenían un contacto distante en el transcurso de las grandes fiestas.

Quizá esta fue una de las razones para que el hombre común muy pronto sintiera la necesidad de acogerse a otras entidades divinas que sentía más cerca y que le proporcionaban ayuda y consuelo en sus tareas diarias, que les alejara de las enfermedades y le proporcionara salud. Dioses que podía sentir en los sueños o en el dulce viento del norte y a los que apelaba en su día a día. Pero estos dioses podían tornarse vengativos para impartir justicia, es decir para infligir castigos justos cuando sus seguidores cometían algún acto indebido, y de esto dejaron constancia.

En esta conferencia vamos a explicar el desarrollo de estas creencias y los lugares donde se manifiestan, examinando los soportes en los que dejaron testimonio, la onomástica y los textos que ellos mismos nos proporcionan. También veremos si, durante el paréntesis de Amarna, no existió más dios que Atón o si por el contrario siguieron recibiendo atención otras divinidades en la intimidad de las viviendas.

Para ello, ahondaremos sobre todo en el Reino Nuevo y en especial en el período ramésida, cuando la documentación es mucho más amplia, deteniéndonos en la aldea de Deir el-Medina y en los lugares donde estos hombres registraron sus súplicas, su devoción y sus advertencias.