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Por Juan Antonio Belmonte Avilés … He tomado el jalón y he asido la maza. He tomado la cuerda de mensurar en compañía de Seshat. Observo el movimiento progresivo de las estrellas. Mi ojo fija su mirada ahora en Meskhet(yu). El dios del tiempo [Thoth] está de pie junto a mí, en frente de su Merkhet. Entonces, he establecido las cuatro esquinas de tu templo.

Este texto aparece a menudo escrito en diferentes versiones en las paredes del templo de Horus en Edfu, en el Alto Egipto, cuya fundación data del año 237 a.C. En él se relata cómo el faraón, un Ptolomeo que habla en primera persona, establecía el plano del santuario con la ayuda de una divinidad, la elusiva Seshat, diosa del cómputo de tiempo y de la escritura − una especie de Urania egipcia − durante una ceremonia conocida como “el tensado de la cuerda”. En este caso, el referente astronómico observado a fin de establecer el eje del templo era la constelación egipcia de la “Pierna de Toro” o Meskhetyu, que se corresponde con nuestro asterismo de El Carro, en la constelación de la Osa Mayor.

La antigüedad del rito egipcio del “tensado de la cuerda” se remonta al menos a la Dinastía I según consta en los anales contenidos en la Piedra de Palermo, donde aparece ya mencionado. Esta ceremonia involucra a una diosa, Seshat, que durante 3.000 años ha sido representada tomando parte en ella hasta sus últimas imágenes esculpidas durante el periodo de dominio romano sobre Egipto. Desde la primera escena conocida, que data del reinado de Khasekhemuy, padre del faraón Djoser, constructor de la primera pirámide escalonada en Saqqara, la iconografía del ritual siempre ha tenido una serie de componentes idénticos. Sabemos pues con certeza que el “tensado de la cuerda” fue utilizado para la orientación de las construcciones sagradas mientras pervivió la religión del Egipto antiguo.

Además, las escenas representadas en algunos templos a veces están acompañadas por textos, como el que abre este artículo, con claras referencias astronómicas. Desde el Período Ptolemaico, estos escritos mencionan cómo se ha visto a la constelación de Meskhetyu, aunque textos anteriores sugerirían que el Sol y otras estrellas − como Sirio, la Sopdet de los egipcios a la que a veces se asocia Seshat − también pudieron servir de referentes.

Sin embargo, es la iconografía de la diosa, y especialmente la de su signo jeroglífico que aparece siempre coronando su cabeza, lo que nos ha movido a proponer una nueva hipótesis para la técnica desarrollada y utilizada durante la propia ceremonia fundacional para establecer la planimetría de los edificios sagrados. El signo de Seshat ha dado pie a numerosas interpretaciones, algunas bastante peregrinas, que han tratado de ofrecer una explicación razonable a su sugerente simbolismo, pero hasta la fecha ninguna ha dado con una solución definitiva.

La hipótesis que se defiende tiene en cuenta la semejanza aparente que hay entre la representación estándar del jeroglífico de la diosa y la groma romana, un instrumento topográfico, antecesor de los modernos teodolitos, usado por los agrimensores romanos para establecer la orientación de sus ciudades y la planificación, o centuriación, de sus terrenos agrícolas.

Su relación común con la orientación y la planificación de edificios nos lleva a plantear la posibilidad de que el “símbolo” de Seshat podría de hecho haber sido una representación muy esquemática de un objeto real que, por un lado, podría ser utilizado para la identificación de la diosa, es decir, como el signo jeroglífico usado para escribir su nombre, mientras que, por otro lado, podría ser un instrumento topográfico real que habría servido para orientar templos y pirámides de acuerdo con ciertos referentes astronómicos, como parecen confirmar los textos jeroglíficos esculpidos en las paredes de los templos asociados a las ceremonias de fundación y, en particular, al “tensado de la cuerda”.

Desgraciadamente, de este hipotético instrumento, que posiblemente fuera construido en madera, no ha llegado a nosotros ningún ejemplar hasta la fecha, por lo que es difícil verificar esta sugerente hipótesis. ¡Quién sabe! Quizás algún día las arenas del desierto egipcio nos deparen algún agradable sorpresa.

Juan Antonio Belmonte Avilés es investigador del Instituto de Astrofísica de Canarias (IAC), donde lleva a cabo investigación en exoplanetas y astronomía cultural. En la última década ha sido el representante español en la Misión Hispano-egipcia de Arqueoastronomía del Egipto antiguo.

Fuente: http://elpais.com/elpais/2015/07/07/ciencia/1436261513_396999.html